La
crisis económica me tenía descolocada. Ya hacía tres años que no encontraba
trabajo, la multinacional del automóvil, en la que trabajaba, se había dedicado
a recortar plantilla y estaba como otros seis millones de españoles, cobrando
el subsidio de desempleo; mejor dicho, la mierda de ayuda que el estado nos da
a los parados de larga duración. Se pensaran que con esa miseria una mujer de
cuarenta y tantos, divorciada, con una hija de dieciséis, que tampoco trabaja y
el alquiler, puede comer.
Poco
a poco había ido recortando gastos, ya no salía, me habían cortado Internet por
impago, los gastos que no tenían que ver con la supervivencia habían
desaparecido, al igual que los pocos ahorros que tenía antes del despido y la
indemnización.
Lo
único de lo que no me quería deshacer, era mi moto. Una preciosidad de
Harley, comprada con los primeros sueldos que gane en mi vida y
personalizada durante diez años. Ese era el único tesoro que tenia, aunque
hacia una eternidad que no la sacaba; el precio de la gasolina y el seguro eran
lujos que ya no me podía permitir.
Antes
de todo esto, solía salir a menudo, viajes por mi Galicia natal hasta Asturias,
concentraciones por toda España, y multitud de rutas con los amigos de aquella
época. A estas alturas no soy yo la única que no la saca del garaje, la mayoría
de la gente con la que salía, o la han vendido o hace años que ni siquiera la
arrancan; yo no puedo hacer eso, una vez a la semana, meto la llave, giro el
contacto y un escalofrió recorre mi cuerpo, al sentir el atronador sonido del
motor, que tantos y tan maravillosos recuerdos me trae.
La
ilusión de seguir manteniéndola, se termino el día que llego el aviso para
cortarme la luz. Esa misma mañana, tras llorar desconsolada durante varias
horas, puse un anuncio desde un cibercafé. En pocos días y tras unas
llamadas, llego la oferta esperada por ella, un tío que vivía cerca de mí,
me daba lo que pedía, la decisión estaba tomada. Solo le pedí una cosa, que me
la dejara unos días más, si le pasaba algo a la moto, no la compraría, pero yo
quería hacer un último viaje, antes de perderla para siempre.
He
estado toda la semana limpiándola y preparando el viaje, no será muy largo, hay
una concentración en Puebla de Sanabria, a unos doscientos kilómetros de mi
casa, con lo cual el margen de mil que me ha dado el comprador, lo cumplo
sobradamente.
Así
que preparo la pequeña tienda de campaña, que tantos viajes ha vivido a mi
lado, cargo las alforjas con la ropa y los bártulos necesarios para tres días,
en realidad dos, ya que salgo el viernes por la tarde y el domingo a la hora de
comer estaré en mi casa; lleno el depósito y la dejo en el garaje a la espera
de que llegue el momento de salir.
El
día de la partida, una preciosa mañana de Julio, me despierto muy pronto, creo
que estoy nerviosa, me tomo un desayuno rápido y repaso todo lo que tengo que
llevarme, una mujer motera no puede hacer un gran equipaje, pero si lo
necesario para seguir siendo tan coqueta como siempre. Otra historia es
el pelo, con el casco puesto tantas horas, aun no entiendo que hacen algunas
para tenerlo como recién salido de la peluquería, así que yo hago una cola de
caballo con mi melena rojiza, que por cierto me estiliza las facciones de la
cara y me queda muy mona.
Después
de comer, bajo todo al garaje y arranco. Mientras circulo por mi ciudad, antes
de coger la carretera nacional, siento como las lagrimas emborronan mi visión,
en varios semáforos tengo que limpiármelas, con los guantes de cuero cortados y
llenos de tachuelas que llevo puestos. Sé que es la despedida de uno de mis
grandes amores y me está costando más de lo que pensaba, pero ya está vendida y
quiero pasarlo genial, así que saco fuerzas de flaqueza y continuo con mi
viaje.
Nada
más salir de la ciudad, comienzan las curvas, no es una moto para hacer grandes
tumbadas, pero esa sensación me sigue volviendo loca.
A
medio camino, estoy algo cansada, decido parar a tomar un café y fumar un
cigarro. Mientras me le estoy liando suena el teléfono. Es Alberto el chico al
que se la he vendido.
-¿Qué
tal va el viaje Carla?, espero que lo pases bien, recuerda que aunque aun no te
he pagado nada, la moto es casi mía, cuídala por favor-.
Mi
primera intención es mandarle a tomar por el culo, siempre he sido muy de
impulsos de ese tipo, pero necesito la pasta y únicamente le contesto –ya sé lo
que tengo que hacer, el domingo ten preparado el dinero, cuando llegue te la
llevas a tu casita-. Sin decir nada más, cuelgo el teléfono, dejándole con la
palabra en la boca.
Con
un cabreo impresionante, tiro el cigarrillo a medias, monto de nuevo y sin ni
siquiera tomar el café, salgo a toda velocidad a la carretera. En pocos
kilómetros me doy cuenta de mi error, solo me faltaba una multa, así que bajo
el ritmo e intento disfrutar del viaje.
Cuando
me quedan pocos kilómetros para llegar, se empieza a notar ya el ambiente
motero que tanto me gusta.
Al
enlazar con la carretera que da al lago, aparecen muchas motos en ambos
sentidos, nos damos el tradicional saludo, con los dedos de la mano en forma de
“V”.
Ruido
por todas partes, olor a gasolina y a ruedas quemadas, a estas concentraciones
siempre va algún trastornado, que no solo quema rueda, sino que prácticamente
quema el motor.
Nada
más llegar, lo primero que hago, es recoger la inscripción, esto me da derecho
a acampar, a las comidas y cenas de los dos días y por supuesto al típico
regalo de todo este tipo de eventos, camiseta y pin conmemorativo.
-¡Carla,
Carla!, cuánto tiempo sin verte, me alegro de que te decidieras a venir, luego
nos vemos-. Es lo que me grita, un antiguo amigo desde el otro lado de la
carretera.
La
verdad, por eso me he decidido a venir aquí, el ambiente siempre ha sido
fantástico, somos una especie de gran familia, en la que todos nos conocemos y
no perdemos el contacto, durante años, gracias a las redes sociales.
Mientras
coloco la tienda de campaña, dos tipos se me acercan por detrás, -¡Que!
¿Te echamos una mano?-, dice el primero de ellos, sin dejar de mirarme el
culo.
-No
gracias, puedo yo sola- les contesto. Se plantan delante de la tienda en
actitud desafiante, como si se fueran a comer el mundo, hasta que el otro me
dice, -de verdad somos dos y tenemos cuatro manos, seguro que algo interesante
podemos hacer entre los tres-.
Con
la maza en la mano, de clavar los vientos, me acerco a ellos con actitud
desafiante, diciéndoles todas las barbaridades que me vienen a la boca,
no se lo esperaban y su forma de reaccionar es comenzar a insultarme.
-Lo
que eres es una estrecha y una calientapollas, deja de enseñar el tanga y medio
culo cada vez que te agaches y no se te acercara nadie, zorra-.
Salgo
disparada a por el primero y justo en ese momento aparecen en escena unos
antiguos amigos de ruta, Félix el jefe de ellos a la cabeza.
-¿Qué
demonios está pasando aquí?, acabamos de llegar y ya le tengo que partir la
cara a algún payaso-, le dice al que tiene más cerca, dándole un empujón
tremendo que le lanza tres metros por el aire y le hace caer al suelo como si
fuera un saco de patatas.
El
otro intenta defender a su amigo, pero enseguida se da cuenta de su error.
Félix y sus colegas, son en total siete, moteros de los de toda la vida, con
sus cazadoras y pantalones de cuero negro; es como que fueran todos hermanos de
sangre, son altísimos y muy fuertes, a estas alturas más gordos que
fuertes.
El
atontado y su amigo salen corriendo, Félix con una enorme sonrisa, de bonachón,
bajo la barba canosa, se acerca a mí, me coge en brazos y me zarandea de un
lado a otro, como si fuera una muñeca de trapo, mientras dice:
–No
pensaba que te encontraría aquí, sigues tan guapa como siempre-.
-Gracias
grandullón-, le contesto, -Yo tampoco pensaba venir, pero he vendido la burra y
quería hacer un último viaje-.
Me
mira con cara de pocos amigo, -Como que la has vendido, era parte de tu vida,
¿Qué ha pasado?-.
Los
ojos se me llenan de lágrimas, no puedo decir nada, el grandullón se da cuenta
de mi dolor y de nuevo me da un enorme abrazo, consiguiendo que me ría a
carcajadas.
-Carla
se viene con nosotros al campamento, recoged sus cosas y plantad su tienda al
lado de la mía-, les ordena a sus chicos.
No
puedo decir nada, aun estoy emocionada, se llevan todas mis cosas, cambio la
moto de sitio, aparcándola junto a las suyas; son todas parecidas tipo chopper;
todas menos una, que raro, que en un grupo de estos hayan dejado entrar a
alguien con una deportiva.
En
pocos minutos están todos manos a la obra, unos colocando tiendas, incluida la
mía, otros preparando leña para la barbacoa tradicional. Entre ellos hay un
chico distinto, todos han venido en algún momento a saludarme, o a presentarse,
todos menos uno. Por el tipo de ropa que lleva es el conductor de la moto
deportiva; el cuero de todos los demás es negro y está lleno de parches y pins
de otras concentraciones, igual que mi ropa. Este chico también lleva cuero,
pero en esta ocasión es un mono, de color azul marino con algún trozo blanco y
negro, sus botas son de competición, es alto y sin ser muy guapo, tiene algo
que me atrae.
Decido
ir yo a presentarme, de vez en cuando he visto como me miraba y como apartaba
la vista cuando era yo la que lo hacía.
-Hola,
soy Carla, creo que eres el único al que no conozco- mi mira entre tímido y
sorprendido. –No, no nos conocemos, soy José el hermano de Félix-.
Ahora
lo entiendo, no pertenece al grupo, solo es un invitado. José, me explica que
la gente con la que salía, ya no lo hace, que no pertenece al grupo de su
hermano, pero que todos le aceptan, así que ya hace tiempo que decidió hacer
salidas con ellos. Eso sí, no tiene ninguna intención de cambiar de moto, ni de
vestirse de negro parcheado como sus amigos.
Los
dos pasamos el resto de la tarde charlando. Nunca he tenido buen ojo para los
hombres, a las pruebas me remito, mi matrimonio roto, la relación más larga que
he tenido en los últimos años fue de meses, he llegado a pensar que la rarita
soy yo. Este hombre es distinto, su forma de hablar, su timidez al principio,
ya se ha soltado, la manera de mirarme; no sé, algo en el me gusta mucho y no sé
que es.
Al
anochecer se encienden las hogueras en el campamento, todos los moteros
preparan sus cenas, mientras brindamos con abundante cerveza. Se cuentan
chistes, historias de rutas antiguas, se habla de mujeres y de sus ligues; ya
estoy acostumbrada, aunque cada día hay más mujeres en este mundillo, siempre
ha sido casi en exclusiva para hombres. Yo fui de las primeras en pertenecer a
un moto club, con moto propia y eso me genero muchas amistades, pero también
odios, envidias y enemigos; y no precisamente entre el sexo masculino, ni mucho
menos, los malos rollos, vinieron por parte de otras mujeres, se pensaban que
yo me los follaba a todos, ¡zorras idiotas!.
Después
de la cena, tenemos concierto. Un grupo rockero, de los viejos tiempos, nos dan
muchísima caña y lo pasamos genial. José ha bailado un buen rato conmigo, lo
hace fatal, y no ha dejado de mirar el tatuaje en forma de corazón que asoma
por mi escote. Ya de madrugada al volver a las tiendas, me doy cuenta,
que he pasado la mayor del tiempo con José, es un chico estupendo.
Al
acercarnos al campamento, la oscuridad de la noche no absorbe por completo, no
veo nada, a mi derecha se enciende una pequeña linterna, un fuerte brazo me
agarra por la cintura y el chico con el que he pasado uno de los mejores días
en los últimos años, me dice –Mira bien por donde pisas, no me gustaría que te
hicieras daño-.
No
sé si es por las cervezas o porque, le agarro por la cintura y le doy un largo
y húmedo beso.
Al
fondo se oye como el resto del grupo se acerca, el se aparta de mí y dice
– perdona, si me quedo contigo, mi hermano me mata-, se da la
vuelta y se mete en su tienda.
No
entiendo nada, que demonios ha pasado, el beso ha sido fantástico, creo que
estoy incluso algo cachonda, pero ¿por qué ha dicho eso?
El
resto de los hombretones ya han llegado, una última cerveza y algún que otro
canuto, ruedan por el campamento. Cuando veo que Félix esta ya bien borracho
decido preguntarle.
-¿Que
le has dicho tu hermano de mi?-, tras gruñir un poco, me contesta a voces, -Que
no quiero chorradas, que eres una amiga de toda la vida y que no me gustaría
que por su culpa, tengamos tu y yo malos rollos-, suelta un tremendo eructo,
que hace que todos se rían, dando la conversación por terminada.
Al
ver que el gran jefe se mete en la misma tienda de campaña que José, me doy
cuenta, que ya es hora de dormir y que mañana será otro día, pero ese chico
será mío.
En
concentraciones de este tipo, se bebe mucho, se come mucho y no se duerme nada.
Creo que en total cuatro horas y no profundamente, así que me despierto hecha
polvo, ya no tengo edad de dormir en el saco y me duelen hasta las pestañas.
Mientras
espero en la cola, para el desayuno. José se pone a mi lado, esta algo serio,
no tarda en pasársele, en cuanto yo le doy un codazo y le hago una gracia para
romper el hielo.
A
la hora de salir, con todo el mundo a la ruta, la moto de José no arranca, se
ha quedado sin batería, todos se marchan, yo me quedo con él, la desmontamos y
se la dejamos a los de la organización para que la carguen.
Le
ofrezco llevarle, para no perdemos nada de lo que el día nos ofrece.
-Hace
un siglo que no monto de paquete, no sé si sabré- me dice con una mueca algo
estúpida. Le convenzo para que monte y salimos disparados al encuentro de la
caravana.
Se
le lleva muy bien, y yo voy muy contenta, en cuanto me he tumbado un poco, ha
dejado de agarrase a la moto. Ahora va abrazado a mí con fuerza, en poco tiempo
alcanzamos a los demás, al ir tan despacio podemos incluso hablar por el
camino. Ya ha cogido confianza y apoya sus manos en mis piernas, acariciándome
los muslos, creo que sin darse cuenta.
Eso
me pone mucho, en el siguiente cruce me salgo del recorrido y nos quedamos
solos, no voy demasiado deprisa, el aprieta su cuerpo aun mas contra el mío,
mientras pasa sus manos por todo mi cuerpo, se deleita especialmente en mis
pechos, con una mano, mientras mete la otra en mi entrepierna, no digo ni hago
nada, la verdad lo estoy deseando desde que le bese anoche.
En
el primer camino de tierra que encuentro me desvió, nos internamos un poco en
el bosque y paro donde nadie nos puede observar. Nos quitamos los cascos y los
guantes, me doy la vuelta y me quedo de cara a el, aun sentados en la
moto.
Muy
despacio abre la cremallera de mi cazadora, me besa y me muerde el cuello, baja
hasta mis pequeños pechos y lame con pasión mis duros pezones.
Dejo
que mi cuerpo caiga hacia atrás, apoyándome sobre el manillar, para que pueda
seguir acariciándome con la lengua, suelta los botones de mis vaqueros y mete
la mano, se sorprende un poco, al darse cuenta de que no llevo ropa interior,
el brillo de sus ojos es la prueba de que le ha gustado la sorpresa.
Me
incorporo un poco, para quitarle la ropa a él, aunque le sobra algún kilito, es
muy grande y fuerte; ¡me lo quiero comer enterito!
Al
desabrocharle el pantalón me doy cuenta de que él tampoco lleva ropa interior,
nos sonreímos con picardía, meto la mano en el pantalón y se la agarro con
fuerza. La tiene enorme y muy dura. Me siento sobre el depósito, se la saco y
me la meto entera en la boca, el me coge de la coleta y marca el ritmo de la
mamada.
Esta
jadeando, se que le gusta como lo hago, tira de mi pelo, quiere que pare, pero
no me apetece, esta riquísima y verle disfrutar así, me está mojando
entera.
Al
final lo consigue, salta de la moto y hace que yo le siga. Nos besamos de
nuevo, baja aun más mis pantalones, me quita la chaqueta e introduce los dedos
en mi mojada vulva, ya no puedo parar, respiro de forma incontrolada. Me giro y
dejo las manos apoyadas en el colín de la moto, arqueo la espalda y le dejo
contemplar mi desnudo culo unos segundos.
-¡Precioso
tatoo!- me dice al ver el ángel y el demonio que se abrazan en mi omoplato.
-¡Calla!
¡Comémelo vamos!- le pido entre jadeos.
Se
arrodilla detrás de mí y comienza a pasar la lengua muy despacio por mi
empapado sexo, de vez en cuando mete la punta de la lengua y hace que me
estremezca. Se incorpora y con la punta de su miembro, juega con mis labios
mayores, amenazando con metérmela hasta el fondo.
La
necesito dentro, aprovechando un segundo de descuido, soy yo quien empuja y me
la meto enterita, es aun mejor de lo que parecía, me da un pequeño azote en los
glúteos y me dice, -Eres mala, muy mala-. Pero no la saca, se queda quieto
mientras soy yo la que se lo folla.
La
sensación que me recorre es impresionante, como una descarga eléctrica, un
orgasmo atraviesa mi cuerpo y hace que de mi boca, salga un grito de placer, me
da un par de besos en la espalda y me dice –ahora me toca a mí, déjame
hacértelo-.
La
saca de mi cuerpo y vuelve a comerme el clítoris, me corro otra vez, ¡Este
chico es una fiera! Me la mete de nuevo desde atrás, agarrándome otra vez por
la coleta, sus envestidas son brutales, creo que me va a romper algo ahí dentro;
pero no es eso, un tercer orgasmo me deja destrozada, mis rodillas tiemblan por
el placer.
Se
sienta de nuevo en la moto y me pide que se lo haga allí encima, ¡no sé si me
quedaran fuerzas! En el momento que le tengo dentro de mí, se que si las
tendré, cabalgo sobre su verga de manera salvaje, nunca lo había hecho en una
moto y menos en la mía, eso me pone muy cachonda. Al notar que su cuerpo se
tensa, sé que es el momento, me dejo llevar y los dos nos corremos juntos. Nos
quedamos un rato inmóviles, solo unas suaves caricias, que nos hacemos
mutuamente.
Pasamos
el resto del día solos, perdidos por las montañas, repitiendo la experiencia,
otro par de veces. Solo paramos para comer y fumar un cigarro de vez en cuando,
lo demás es puro sexo y asfalto.
Al
llegar al campamento, Félix nos saluda de manera muy fría, se lleva aparte a su
hermano y tras una pequeña discusión, en la que no me entero de nada, los dos
vienen a por mí, el grandullón me da un gran abrazo.
Después
me enteraría, todo iba por la tienda de campaña, José quería dormir en la
grande conmigo y Félix quería que lo hiciéramos en la mía, mucho más pequeña,
donde al final durmió él solo.
Al
día siguiente la despedida fue dura, intercambio de teléfonos y correos
electrónicos, para mantener el contacto y poco mas, demasiada gente a nuestro
alrededor, como para pasarnos el tiempo besándonos y haciéndonos arrumacos. Un
simple abrazo y un hasta pronto fue lo único que pudimos hacer.
Por
la tarde, ya en Vigo, entrego la moto, a un tío que ni se la merece, ni la
querrá tanto como yo. Si el muy estúpido supiera, la cantidad de cosas que han
pasado en ella, este fin de semana, no sé si me la compraría.
Hoy
estoy preparando de nuevo la maleta, un amigo de Valladolid al que conocí en el
Lago de Sanabria me viene a buscar. Es la cuarta vez este año, que nos vamos de
fin de semana juntos, la distancia es un problema para las relaciones, pero
internet y el móvil nos acercan a diario, Se que le quiero y que le deseo; y también
que el siente lo mismo por mí. Me lo dice a diario.
J.M. LOPEZ
He vivido muchas concentraciones y me encantaría conocer en alguna de ellas a la tal Carla. Aunque estoy seguro que yo seria Félix y no me comería una rosca
ResponderEliminartodos somos un poco Félix y todos queremos ser José
ResponderEliminarEres de vigo?
ResponderEliminar